Cuando respondes desde la emoción, respondes desde lo que sientes en el preciso instante.
Cuando respondes desde tus valores, respondes desde lo que has decidido de antemano que gobernará tu vida.
Las emociones son útiles para reacciones rápidas en las que depende la vida.
Si uno de tus valores es la valentía y te aparece un león, quizá mejor que ‘uses la emoción’ del miedo y huyas. Guardándote la valentía para otro día.
El ejemplo es claro y absurdo a la vez.
Cuando sientes miedo o pánico, hay una excitación de la amígdala (que interpreta alerta).
Cuanto más fuerte sea esta excitación, menos podrás controlar la reacción vía córtex prefrontal (la parte racional del cerebro).

¿Entonces, el cerebro va siempre a su bola?
Más o menos.
Si la amígdala se hiperexcita, activará el circuito del miedo y esto segregará una cascada hormonal que te preparará para la lucha, huida o en los casos más heavys parálisis.
Aunque la mayoría de funciones del cerebro vayan en piloto automático, el saber qué está pasando a nivel biológico, nos da cierto margen de maniobra.
Podemos modular la sensibilidad de la amígdala.
Por ejemplo, a través del córtex prefrontal, haciendo consciente las emociones y racionalizándolas.
Reaccionar a través de las emociones, puede salvarte de una situación peligrosa que casi nunca ocurrirá.
Reaccionar a través de los valores, suele dar mejores resultados.
Las claves son 3.
- Tener claros los valores por los que uno se mueve en el mundo
- Romper la inercia. No responder automáticamente y dar un tiempo al cerebro consciente para reaccionar.
- Practicar, practicar, practicar. Hasta que sea algo natural.
Ejemplo rápido.
En una discusión te dicen algo con lo que no estás de acuerdo y te sientes enervado.
Una reacción emocional sería: ¡pero qué dices! ¿No te enteras de que esto no es así?
Obviamente la reacción puede ser más suave o más acentuada. Pero hay un tono emocional claro, que seguramente hará reaccionar emocionalmente a la otra persona.
Una reacción racional (amígdala regulada, hola córtex prefrontal) sería escuchar, dejar 2-3 segundos, sonreír y decir con tono amable pero asertivo:
Entiendo tu postura y tus motivos. Pero no estoy de acuerdo por esto y por esto.
Vamos a encontrar un punto en que ambos nos sintamos cómodos 🙂
Con estas palabras y tono de voz, se relaja la amígdala (ya no hay peligro), bajan las defensas de ambos y se puede llegar a buen puerto con mucha más facilidad.
Dicho así, suena muy sencillo. Pero para ‘domar’ a la amígdala y al resto del cerebro, hace falta mucho trabajo. No es nada sencillo.
Pero las recompensas a medio-largo plazo, vaya si lo valen.
Por último, si no sabes por dónde empezar a buscar tus valores o quieres plantearte un nuevo enfoque, pásate por este post sobre uno de los libros que más me ha influido en la vida.